Ahora, tal como sucedió el año pasado y venía sucediendo todos los años anteriores, Galicia arde. Se carbonizan decenas de miles de hectáreas de bosque gallego. Durante 20 años a una media de 25.000 Has/año. Uno se plantea como es que esta situación es sostenible. ¿Como el monte soporta esta presión? Muy sencillo; hablamos de Galicia… lo que debería ser toda una potencia forestal y un paraíso de flora y fauna, un país con una riqueza potentísima. ¿Las causas para que esto arda? Son muchas pero tienen todas algo en común: el sometimiento al capitalismo voraz, al dinero fácil, al dinero rápido, a una política forestal que de forestal tiene lo justo, a los pies de la industria de la celulosa que se ha encargado de trasformar la riqueza forestal gallega, el patrimonio forestal, la flora autóctona en un monocultivo extensivo de eucalipto y en unos suelos cada vez más pobres, con la consiguiente pérdida de hábitats y de flora y fauna autóctonas.
Hay más factores… la cultura del fuego de la sociedad rural que va acompañada de un abandono del medio rural brutal y a una muy debil conciencia de lo que se tiene entre manos. En Galicia el 97% del terreno forestal es de “naturaleza” (valga la expresión) privada, bien de propietarios particulares como de Montes Vecinales en Mano Común; una figura que persiste en Galicia y que se mantiene de uso y aprovechamiento común del monte de los asentamientos rurales y que actualmente no cumplen para nada su función y hace responsables del “buen cuidado” de los montos a comuneros que no ven más allá de sacar una renta millonaria cada 15 años que dura el turno de aprovechamiento del Eucalipto o turnos cortos de especies como el pino (ambas especies pirófitas… les gusta el fuego). Esta renta a corto plazo responde a intereses muy concretos; intereses madereros, intereses ganaderos (ganado mostrenco pastando de una forma salvaje sin control sanitario), intereses cinegéticos... intereses, intereses, intereses. Factor común: intereses económicos. No podemos tolerar que de más dinero el monte quemado que el monte vivo y desde luego que la insostenibilidad de esta cuestión tiene que reventar por algún lado, como es el caso de los incendios que han arrasado cerca de 90.000 Has. Prácticamente a lo largo del eje atlántico estos días terribles de agosto. Eso si, 90.000 Has en las que previamente se había destruido un bosque autóctono que en pocos lugares han visto mis ojos en mis 25 años de edad.
A la realidad de un 97% de monte gallego privado tengo que decir que basta ya. Vivimos en una sociedad en la que la propiedad privada e sagrada, pero el monte es más que propiedad privada, es más que una renta periódica. Tiene un valor social, un valor ambiental, ecológico, un valor protector, es un sumidero de CO2, un creador de suelo, regulador del clima… un amigo del ser humano, al que este último le responde con torturas.
Estoy cansado ver, de vivir, cómo se destruye una y otra vez una tierra bellísima, una naturaleza asombrosa y un territorio que potencialmente podría ser, por si mismo, una reserva de la biosfera, un paraíso natural por entero. Estoy cansado del petróleo, del eucalipto, de la negra sombra, de la ceniza gris, de la “dignidad” de un pueblo que sigue claudicando ante el dinero fácil, ante la venta de lo suyo.
Solo me queda acabar este artículo denunciando la complicidad de los gobiernos sucesivos de la Xunta de Galicia, desde primero al último, que no ven más allá en estos asuntos de sacar un partido político de todo el cotarro, más preocupados del precio político y del voto que de las esencias de los problemas de un pueblo al que solo quieren ante las urnas (el resto es política barata, palabrería, demagogia e ideología).
Nada de fotos catastróficas de grandes columnas de humo y llamaradas de 20 metros, ni caballos muertos, ni colinas negras con esqueletos vegetales, ni caras de sufrimiento, ni fotos del satélite de la NASA, ni nada más que agua... para tranquilizar.