Corta historia de un hecho verídico
En un lugar de la costa cuyo nombre no quiero acordarme vivía un delgado surfer llamado Fulano de Tal hijo de no sé quien ni me importa. Vivía arropado en el seno de una humilde familia, en paz y armonía consigo mismo hasta el punto y hora en que fue a comprar un cruasán a la pastelería de su calle y le vendieron uno amputado de extremidades, este hecho acabó con su situación de bienestar y removió cielo y tierra hasta encontrar al hijoputa pastelero para decirle -¡... y que pasa con los cuernos, ¿eh?!-, cuando lo encontró se lo soltó y el repostero contestó -¡cuernos los de tu puta madre, cabrón!- ahí volvió a arder Troya; inmersos en una espiral de violencia, surfer y pastelero se enzarzaron en una disputa a vida o muerte, el primero armado con un invento de olas grandes a modo de látigo y el segundo con manga pastelera en mano, rellena de crema, atizaba a Fulano en la cabeza sin piedad.
Un coro de espontáneos aplaudían las ostias de los guerreros cuando el enano y rechoncho pastelero se echó a llorar y entre respiraciones entrecortadas consiguió decir -¡odio la violencia, joder! ¡amo la vida, la sinceridad, la honestidad, y sobre todo los cuernitos de los cruasáns! ¡siento haberme comido tus cuernos!- y el surfer entre sollozos dijo -no pasa nada tío, si lo sé no te monto este pollo, ¿vale?, perdóname joder- ambos ensangrentados y cremosos se levantaron del suelo y se fundieron en un cálido abrazo, como en las películas, para entonces masas de gente se congregaban alrededor de los dos gilipollas y coreaban, unidos por las manos, alma y corazón, canciones pacifistas con letras horteras... ya está, se acabó, todos vivieron felices y comieron perdices grandes como avestruces y gordas como focas, el delgado surfer se transformó en un gordo sedentario resignado a su monótona vida cremosa en su pequeña y pacifica ciudad costera junto a su colega el pastelero.
(c) Aburrimientopuroyduro.
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