Historias de la nada...
He aquí una historia nacida de la nada. A veces la imaginación y las ganas de escribir algo me transportan a lugares utópicos con sensaciones tópicas. Es una historia de surf.
Hoy me espera una barca en el puerto, he conseguido que uno de los marineros viejos, Perseo, me lleve. Por una parte lo prefiero, ellos conocen
Desayuno mientras pienso... -aún son la seis, me quedan dos horas y ya estoy histérico. De viento está perfecto y en el espigón la espuma salta a morir, aunque por la marea voy a tener que esperar un poco pero aún así el mar entra limpio, ordenado... creo que sobre las diez la ola se agarrará al fondo y levantará como Maverick´s... y mañana en el Dominical... “surfista gilipollas muere por hacer el burro”... ¡ostia, como quema el café!. Tengo miedo de que me rompan las tablas, de caerme, de pasarlo mal, de morir ahogado -.
Salgo de casa y llego al puerto, había quedado unos minutos antes para invitar al viejo a un chocolate en el bar del puerto y hablar un rato, yo lo conocía de toda la vida, pues mi pueblo no es grande, además había embarcado con mi tío unos años para ir a pescar a los grandes caladeros del norte y era amigo de la familia. Ya cuando era pequeño se sentaba conmigo en una mesa apartada de la taberna que tenían mis padres y me daba ideas para hacer dibujos con los plastidecor, hablábamos y nos reíamos mucho, mientras los demás pescadores veían el fútbol en la vieja Philips a la que le fallaban los colores y siempre tenía alguna mosca estampada contra la pantalla. Con el paso del tiempo ya coincidíamos en otro lugar. El se sentaba como yo en uno de los bancos que están cerca del malecón, donde más fuerte pega el mar, que mejor sitio para los surfers y los marineros como el.
Salvo las veces que iba solo al malecón, no recuerdo un solo día en que las historias corrieran de boca en boca dilatándose cada vez más hasta el punto de lo increíble, si habías hecho una buena tapadita en la “cala de los amaneceres” en una ola de un metro, el último que se enteraba se iba para casa pensando que eras un semidiós del surf y habías pillado Sunset desfasadísimo y con Tom Curren al lado. Eso nos pasa por hablar con esos viejos lobos de mar. Perseo era distinto, todo un personaje con toda una vida a sus espaldas, siempre tiene algo que decir, lo que necesitas oír y en el momento preciso. Perseo siempre fue la presencia de la verdad, de la razón, de la inteligencia, de la sagacidad y de la experiencia y hacía interesante palabra por palabra todas aquellas conversaciones que teníamos con él. Cuando vimos “El Gran Miércoles” en la plaza, en el cine de verano (a petición de los surfers más veteranos de la zona), establecí una especie de vínculo entre el personaje de Bear y Perseo, que si bien, en la realidad eran distintos, y Perseo solo tocaba las tablas para hacernos las reparaciones más peliagudas en su taller, siempre ejerció para nosotros una figura paternal y bajo su protectorado, fuimos conociendo nuestro mar y nuestra costa, a la vez de sentirnos educados con garantías en la asignatura más importante, la vida.
El bar del puerto acababa de abrir, pues era domingo y todos los marineros duermen un poco más, por eso, además de esta razón, había de agradecerle a Perseo (una vez más ) que aceptara mi propuesta y estuviera allí de pie, esperando al frío mientras deshacía los nudos de su barba y fumaba el primero de sus cigarrillos de picadura. Conforme me iba acercando y descubriendo la expresión del rostro entre las barbas, las lanas y los humos, vi su expresión rejuvenecida y me miraba haciéndome cómplice y compañero de una nueva aventura. Me gustó también pensar, que me miraba como un adulto, hecho y derecho, un surfer formado y experimentado, pero la verdad por dentro temblaba como un flan y no quería que se me notase. Solo le dije –amigo, con leche o chocolatito caliente-. Entramos mientras sonreía y me abría la puerta para que pasara con mis bártulos y mis dos pinchos.
Perseo me habla. Yo en silencio con un resorte en el pie derecho que hacía evidente mi inquietud y estado de nerviosismo. Hace referencia al miedo y señala el rompeolas, donde se veía morir el mar de izquierda a derecha, pues este venía cruzado del Nw. Perseo dice que así aún resulta más peligrosa
A Perseo le dije que iba a estar grande y me contesta – Parece mentira que no te des cuenta a estas alturas de lo que es grande y de lo que es pequeño, no te acuerdas de cuando eras un crío y mirabas en mis brazos Barrio Sésamo en la taberna… grande el cosmos, y tu, a la vez eres inmensamente grande dentro del cosmos, ellas tan solo son demostraciones de lo grande, de la fuerza, de lo intenso y tú puedes con ellas, siempre has podido...- Se que a Perseo a veces se le cortocircuita cierta neurona y se le va la pelota... pero confieso que la pelota rebota en mi cabeza como loca. El notaba mi ansiedad y en vez de animarme, me daba miedo... ¿me preparaba o jodía un poquito más la marrana? – anda… líame uno- le pido con voz de duro.
Zarpamos hacia lo desconocido (como en las grandes odiseas), Perseo gobernaba la vieja embarcación de pesca como una prolongación mas de su cuerpo. Tarareaba una vieja canción anarquista, como de costumbre, resbalada entre el enésimo cigarrillo y la boca, mientras intercalaba algo como -estira bien los hombros- o -¿q tal tu espalda hoy?- y señalaba los farallones del oeste,
Llegamos.
Esta enorme.
Tengo miedo.
Entro al agua y busco la mirada de Perseo y simplemente me dice… “¿Grande?... ¡grande eres tu”!
5 comentarios:
impresionante
...y grande eres tu escribiendo. Precioso, me ha encantado.
tio, escribes de puta madre y yo ya tengo en mente la imagen de un tio con su tabla en el pantalán......a ver si mañana me sale algo y lo ves.
gracias gracias!! pero ahora que lo leo de nuevo, ya publicado, le encuentro fallitos varios, pero bueno, salió así.
si te sale el dibujo lo ponemos aquí, vale?
que bien escribís y dibujáis... con tanto blog interesante no voy a dar abasto :-)
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