Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

domingo, agosto 12, 2007

El sueño de Lestedo.

En las noches de verano, noches de calor, Lestedo se ahoga, en la cama suda y las sábanas le resultan de plástico. Hace por no ir a la cama. Intenta pintar, ver la tele, leer o sale hasta tarde a morirse de cerveza.

Lleva noches soñando que se muere ahogado, que en el intento de remontar al pico llega una serie enorme que eleva en horizonte entero con una franja azul encrespada. La serie siempre lo caza. Acaba ahogándose y es cuando se despierta, sudando y con una bola de sal en la boca y es cuando corre al lavabo a buscar agua dulce.

Suele recrearse una vez despierto en las terribles sensaciones del sueño, en ese universo onírico que le hace sufrir. Se para en la puerta de la habitación, de pie, con sensación aún de mareo y mirando la cama en la sombra, no es capaz de adivinar nada. No hay nada que le haga comprender. Se reduce todo a impotencia y ahogo.

Siempre sucede lo mismo, en la primera ola pierde la tabla, en la segunda bucea hasta que los pulmones no dan más de si, en la tercera, se ahoga inevitablemente, con sensación de lucha y de derrota, abandonado al mar con la resistencia del que se está ahogando; instinto de supervivencia de la mano de la muerte. Asesinado por el mar, por las tres marías*.
Hay unos segundos después, que dependiendo de la noche duran más o menos, en la que Lestedo siente su cuerpo sumergido y muerto, con los pulmones llenos de agua y peces que viven dentro, como si voluntariamente, en el trasvase del mar a los pulmones, en ese último intento de vida, los peces quisieran hacer compañía.
Entre dos aguas, mecido por el mar como las algas, Lestedo navega con las corrientes y entonces, aún muerto y ahogado, es capaz de llorar debajo del mar lágrimas si cabe aún más saladas.

Ayer por la noche se despertó una vez más del trágico sueño. Hizo lo de siempre, correr al baño, abrir el grifo y endulzarse por dentro y por fuera. Levantó la cabeza y se vio reflejado en el espejo. Lestedo contra Lestedo. Hasta se miró con odio. Puso cara de pez, como cuando te muerdes los carrillos por dentro y mueves los labios como un besugo. Pero no pudo reírse. Después sopló con fuerza y llenó el espejo de gotas.

No volvió a la cama, ni se paró debajo de la puerta, ni hizo esfuerzo alguno en comprender su subconsciente. Bajo empapado en sudor y agua, desnudo, las escaleras que bajan de su habitación, de la buhardilla a la planta baja; un pequeño salón y cocina, es casi todo libros, un sofá y una butaca en la que se sienta y se levanta casi de inmediato, dos, tres vueltas deambulando en la penumbra, coge un melocotón de la nevera y solo le da un mordisco que mastica y traga con desgana y se acuerda de sus tablas. Hay una pequeña puerta de la cabaña por la que se accede desde dentro a un pequeño taller anexo a la misma. La luna llena se colaba entre las tablas de madera y la claraboya. En lo alto, sujetada por unos cordinos, está la tabla de olas grandes. Lestedo, prácticamente sin sacarle el ojo de encima a la tabla enfundada en el techo, estiró la mano derecha hasta el clavo de la pared donde estaba atado el cordino, tiro de su extremo y la tabla cayó a plomo en el suelo, golpeando en su caída la mesa de trabajo, tirando el bote de los pinceles, el caballete con un lienzo blanco, a penas con un par de lineas a carboncillo y una caja de tuercas, tornillos, arandelas, remaches y todo aquello que puede ir a parar a una caja de ese tipo, que ya antes tenía todas las de caerse al estar ya colocada en el borde de la mesa, pues el orden en el taller de Lestedo solo lo impone la ley de la gravedad. Quedo todo el suelo cubierto de metales fríos y oxidados, de aguarrás sucio y de un lienzo roto.
La tabla, que al caer hizo un ruido hueco, casi insonoro, quedó a los pies de Lestedo. Se agachó, no abrió la cremallera, estaba rota. Cogió la tabla por la cola y la desenfundo. La apoyó en el suelo con cuidado, apartando antes con el pie descalzo algunas de las piezas que había en el suelo. Mirándola y acariciando los cantos. La tabla sudaba igual que Lestedo, guardaba esa especie de pátina salitrosa que al tacto la hace mojada.
Salitre y olor a coco y sudor y luz de luna colada y vapores de trementina, metales en el suelo y maderas por las que se cuela el aire cálido de la noche y 8 pies de forma perfecta erguida delante de Lestedo y un rayo negro.

El pene de Lestedo se empezó a poner duro. Tardo unos segundos hasta que el capullo tocó la tabla. Casi al momento y con una sensación dolorosa, Lestedo puso su polla en vertical y se abrazó a la tabla con fuerza.

Volvió a soñar, esta vez despierto.
En este sueño, también se ahogaba.



*las tres marías, es como conocen los navegantes a la seríe, que como norma general suele ser una sucesión de tres olas grandes.


iago.




Nota: No he encontrado ninguna imagen o foto que encuadre bien lo que el texto me sugiere,
así que va a palo seco. Si quereis compartir alguna imagen...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno.


Muy bueno.

Perry dijo...

Y a mí que las olas grandes hacen que se me encoja todo...

8 pies, con eso esperando cualquiera consigue dormir...

iago dijo...

Lestedo... a mi me sugiere este personaje un montón de cosas sobre la soledad.

Aitana dijo...

Algún día saldré de mi río y me metere en el mar.
Gracias por tu blog.
Saludos

iago dijo...

Gracias Unien...

el mío es un mar de dudas, pero no sería un mar, si no fuese de dudas.

salud